
En el mundo del deporte, como en la vida, la dignidad no es solo una cuestión de orgullo, sino de respeto hacia uno mismo. Muchas veces, en la búsqueda de pertenecer, de demostrar nuestro valor o de encajar en ciertos estándares, nos sometemos a situaciones que no nos hacen bien.
En lo personal, eso puede significar tolerar entornos dañinos o aceptar comportamientos ajenos que van en contra de nuestra esencia.
En el deporte, especialmente en el trail y las carreras de montaña, puede traducirse en asumir retos para los que no estamos preparados, arriesgando nuestra salud física y emocional en el proceso.
Pero aquí hay algo fundamental que entender: el problema no es que no seamos suficientes, sino que a veces nos enfrentamos a desafíos que no están alineados con nuestra preparación, nuestra biomecánica o nuestro momento vital. Y cuando eso sucede, las consecuencias pueden ser más profundas de lo que imaginamos.
Correr una carrera de montaña no es solo cuestión de resistencia. Exige preparación, respeto por el propio cuerpo y una gestión emocional que nos permita afrontar la fatiga, la incertidumbre y los imprevistos. Sin embargo, en muchas ocasiones nos dejamos llevar por la emoción del reto sin preguntarnos si realmente es el adecuado para nosotros. Lo vemos constantemente: personas que se inscriben en carreras de montaña con desniveles brutales sin haber entrenado lo suficiente; corredores que se lanzan a retos que exceden con creces su capacidad física y mental, sabiendo de antemano que no están preparados. Y, aun así, lo hacen. No por convicción, sino por orgullo, presión social o miedo a aceptar sus propios límites.
Pero, ¿qué significa perder la dignidad en el deporte? No se trata de rendirse ante la dificultad ni de evitar el esfuerzo, sino de ser consecuentes con nuestra realidad. La dignidad deportiva no es forzarnos a cruzar una meta a cualquier precio, sino entrenar con responsabilidad y tomar decisiones que no pongan en peligro nuestra integridad física y mental.
Cuando ignoramos nuestras propias limitaciones y nos embarcamos en retos imposibles, no estamos siendo valientes, estamos siendo imprudentes.
Paralelismos con la vida: Cuando nos empujamos hacia el lugar equivocado
Ni os imagináis cuantas veces desde que vivo en Zaragoza me he involucrado en relaciones que me desgastaban o me humillaban, me hacían sentir pequeña, solo por el miedo a no tener un grupo de amigos como tenéis ya todos. Porque cuando naces con la etiqueta de “neuro divergente“ ya sabes que siempre vas a ser diferente al resto, a ser la rara.
Cuántas veces he visto a personas permitiendo tratos humillantes solo por poder decir “formo parte de” y no salirse del molde social.
Cuántas veces hemos visto a deportistas forzándose a cumplir expectativas ajenas, solo porque el grupo lo hace.
En el deporte, igual que en la vida, la dignidad se pierde cuando dejamos de ser fieles a nosotros mismos. Cuando forzamos lo que no encaja. Cuando ignoramos las señales que nos dicen que ese camino no es el nuestro.
La verdadera dignidad no está en lanzarse a cualquier reto ni en aceptar cualquier circunstancia. La dignidad está en la coherencia: en saber qué queremos, qué estamos dispuestas a dar y, sobre todo, qué no vamos a permitir. No es digno huir de los desafíos, pero tampoco lo es aferrarse a batallas que nos destruyen.
Porque al final, la dignidad no se mide en los kilómetros que recorremos, en los puestos que ocupamos o en las relaciones que mantenemos. La dignidad se mide en la valentía de decir:
“Esto no es para mí”

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