Mujeres que caminan entre nosotros, con sus sonrisas a medias, sus silencios incómodos y sus miradas que piden ayuda sin decir una palabra. A veces, la vida se siente como un escenario lleno de historias que nadie se atreve a contar en voz alta. 

Silvia, esa chica que siempre parecía un poco “rara”. Nunca entendías por qué se apartaba en las reuniones o por qué se le escapaban risas nerviosas en los momentos menos oportunos. Lo que no sabías es que a Silvia le pegaba su pareja, le insultaba, le hacia daño.. esos juegos que jamás deberían tolerarse. En Silvia, detrás de esa actitud extraña existía una lucha interna, un dolor profundo. Si lo contaba no le creerían. Si no lo contaba guardaría ese dolor para siempre, y esa rareza que todos veían se quedaría ocupando ese corazón que tan diferente era años atrás.

¿Y Miriam? Tu amiga de toda la vida. Siempre pensaste que era una chica inestable, que cambiaba de humor de un día para otro. Lo que nunca te contó es que su pareja la obligaba a hacer cosas que no quería. Que se quedaba a su lado no por amor, sino porque el miedo la envolvía, la paralizaba.

Carmen, madre. Siempre fuerte, siempre presente. Pero un día, en una de esas conversaciones que llegan con la vida avanzada, te confiesa que aguantó con tu padre porque no tenía dinero para irse. Que durante años se sintió una esclava, atrapada en una jaula invisible.

Lucía, tu hermana. Te contó una vez, casi susurrando, que su última pareja bebía demasiado. Que cuando llegaba a casa, el ambiente se volvía denso, irrespirable. Siempre pensaste que ella “elegía mal”, pero, ¿y si lo que ocurría es que el amor se le había presentado siempre con espinas?

¿Por qué no se van?

Nos hemos hecho esta pregunta tantas veces. ¿Por qué se quedan? ¿Por qué aguantan? Tal vez la pregunta correcta sea otra. Tal vez deberíamos preguntarnos qué nos pasa como sociedad que hacemos tan difícil que tomen la decisión adecuada.

Detrás de cada mujer que parece triste, que se ha vuelto reservada o que ha cambiado su carácter, puede haber una historia de abuso, de miedo, de agotamiento. Una historia que no vemos, pero que tal vez, con el la reflexión necesaria podríamos intuir, entender y acompañar.

¿Y si añadimos a esta historia el ser una mujer neurodivergente? Desde niña, aprendiste que ser muy sensible o pensar diferente no estaba bien. Que debías apagar un poco tu luz para no desentonar. Que ser tú misma era casi un defecto.

Te convertiste en una experta en mimetizarte, en reprimir lo que eras. No porque quisieras, sino porque duele menos ser invisible que ser rechazada.

El dedo acusador

El deporte… Un mundo donde las mujeres siguen rompiendo barreras a golpes de fe y sacrificio. Cuando decides ser madre, la historia se complica. Socialmente, fuera del círculo deportivo, si te vas a entrenar, eres mala madre. Si decides quedarte con tus hijos, “desperdicias” tu carrera…

Sigue!! No te rindas, confía en ti y en tu capacidad mental, emocional y física. Aunque te pregunten si podrás rendir al mismo nivel. Aunque te juzguen por “abandonar” a tus hijos mientras compites. Hazlo por ti, por tus hijos, e incluso por todas aquellas mujeres que no hayan podido ser madres.

Tal vez el valor no esté en las grandes gestas. Tal vez el verdadero coraje esté en levantarse cada mañana, en vestirse con la armadura que toca y seguir adelante.

El 8 de marzo no es solo una fecha. Es una invitación a mirar más allá, a escuchar esas historias que no siempre se cuentan, a abrazar sin juzgar.

Porque cada mujer tiene su historia. Y todas merecen ser escuchadas.

Deja un comentario

“Los diarios de Sara”, mi alter ego escritor que nació en un programa de radio.

No concibo una vida sin fuego para cocinar, libros que devorar y zapatillas para correr.

Mujer, polímata, soñadora, creativa y librepensadora.

Contacta conmigo