
…
Llevo años corriendo. No hablo de una maratón literal, aunque muchas veces la vida se haya sentido como una carrera sin línea de llegada. Hablo de correr con la mente, con el alma, con el cuerpo.. Hablo de sostener, de tirar del carro, de fabricar sentido cuando el mundo parece construido para otros.
El duelo sostenido no es una fase. No es un momento breve tras una pérdida concreta. Es una forma de existir cuando se acumulan años de desajuste entre lo que uno vive por dentro y lo que el entorno percibe. Cuando el ritmo interno no encuentra eco. Cuando una sensibilidad alta, sostenida en el tiempo, empieza a doler más que a brillar. Es ese cansancio que no se ve, que no descansa con un día libre, que no se cura con una siesta o un cambio de rutina.
Ser neurodivergente es vivir en un mundo que no siempre tiene el idioma para nombrarte. No porque el mundo rechace, sino porque muchas veces no alcanza a comprender. Porque tu forma de sentir, de crear, de pensar, de conectar, no encaja en la lógica predominante, y entonces se vuelve extraña, o pasa desapercibida.
Tener altas capacidades no significa tenerlo más fácil. Significa sentir más profundamente. Pensar demasiado rápido. Sopesar cada decisión desde veinte ángulos distintos. Anticipar escenarios antes de que sucedan. Captar matices emocionales en los demás que ni ellos mismos han notado. Rumiar. Revisar. Revisarse. Cansarse del mundo por exceso, no por carencia.
También significa enfrentarse al fracaso desde un lugar más interno. No porque duela más, sino porque se entrelaza con la identidad. Se espera tanto —de una misma y a veces también desde fuera— que errar, detenerse o cambiar de rumbo puede sentirse como perder una parte del sentido construido.
El agotamiento se intensifica cuando se transita en solitario. Cuando el esfuerzo queda en lo invisible. Cuando cuesta encontrar un espejo donde reflejar lo que una es, sin necesidad de explicarse demasiado. No es una queja, ni un reclamo: es simplemente la constatación de que no es fácil encontrar un lugar donde el exceso de pensamiento, de emoción o de percepción no resulte extraño.
Las relaciones también se resienten. Cuando uno vive en ese rango de intensidad, la conexión con el otro puede volverse compleja, incluso extenuante. No por falta de amor, sino por falta de sintonía. Y así, muchas veces, elegimos la soledad no por preferencia, sino por autopreservación. Porque tener que explicarse siempre agota. Y sentirse mal interpretada desgasta más que estar sola.
He hecho cosas que muchos no se atreven ni a soñar. He lanzado proyectos, sostenido equipos, navegado tormentas con una fuerza que ni yo entendía. Pero ahora estoy cansada. No de forma poética, sino de forma celular. Como si mi cuerpo hubiera llegado al final de una carrera por etapas sin que nadie estuviera en la meta. Sin cinta que romper. Sin abrazo.
También es duelo. Duelo por la mujer que fui, duelo por los proyectos que no prosperaron, las relaciones donde esperé comprensión y solo hubo rechazo.
El duelo sostenido es una forma de amor propio. Porque implica reconocer que algo ha dolido demasiado durante demasiado tiempo. Que ser fuerte no puede ser la única identidad. Descansar no es fracasar, y no querer hacer más tampoco es rendirse
No sé cuándo pasará. Pero estoy empezando a respetar este estado como parte del proceso. Estoy aprendiendo a no exigirle sentido inmediato a cada segundo de existencia. A dejar de usar la productividad como refugio. A no forzar conexiones cuando no quiero gastar energía en sostenerlas.
Este texto es una pausa con conciencia. Detenerse no siempre es un alto: a veces es solo otra forma de seguir.

Deja un comentario