
Amanece un segundo día en Zegama… y madre mía, menudo tiempazo. A mí me habían engañado: que si aquí llueve a mares, que si barro, que si frío… ¡Nada de eso! Solazo, verde a rabiar, y sí, algo de barro, pero poca cosa, casi hasta se agradece.
Total, que me he levantado temprano y me he ido de ruta.¿cómo voy a estar en Zegama y no salir a correr? Madre mía, qué gozada. Me he descargado una ruta de 30 km +1.600. Le he copiado la ruta a Maite Maiora, a ver si se me pegaba algo de ella y creo que no se me ha pegado mucho, pero si es de Maite Maiora, pues seguro que iba a ser un rutón.
Hasta el kilómetro 15, mi reloj ha decidido funcionar. A partir de ahí, caput. ¿Qué ha pasado? Pues que he vuelto al mundo analógico y he ido siguiendo los puntitos amarillos mientras me he dejado llevar por la vida. ¿Han sido 30, 40, 50km? Buah, he disfrutado como una enana. ¡Qué pasada! Qué de gente, parecía que estaba en carrera. Qué ambiente más bonito, qué sonrisas, qué buen rollo.
¿Sabéis eso que dicen de que en sitios como las ruinas mayas o las pirámides de Egipto se siente una energía especial? Pues hoy he sentido lo mismo en Zegama. Como si todo el buen rollismo del mundo se hubiera concentrado aquí a modo de furgonetas aparcadas, gente charlando, gente correteando y caras conocidas saludando. Lejos de cansarme, es como si me hubiera llenado de energía.
Qué suerte poder disfrutar de lo que más me gusta, rodeada de gente que lo vive igual. Y me viene a la memoria aquel artículo que narré en territorio trail, de cuando me tocaba viajar por todo el mundo por mi trabajo y las zapatillas siempre eran aquel nexo de unión que me abría mundo y me hacía sentir que formaba parte de algo.
Mientras corría, claro, no podía evitar pensar en artículos, en cuentos… En imaginarme el porqué de cada una de las personas que me cruzaba. Desde el kilómetro 1, me ha dado por imaginar historias:
Las chicas adolescentes de ayer, haciéndose selfies mientras animaban en el kilómetro vertical. Qué majas, ¿verdad? Ni me imagino a mis sobrinas adolescentes animando en una carrera de montaña, y ellas estaban a tope de power, combinando selfies con gritos de ánimo a todos los corredores (y de algún mocete que les hizo tilín 😉)
Recordaba también a la gente mayor que ayer corría, mirándonos con ese halo de nostalgia, como sabiendo que quizás no les quedan muchas más de estas. Y disfrutando cada paso como si fuera el último, sonriendo, saludando, dando gracias… Quién sabe, igual para alguno lo es.
Y así iban cayendo kilómetros y desnivel, porque aquí, si algo hay, es desnivel. Pero es todo tan bonito que hasta se te olvida lo que subes.
Luego, lo mejor: Duchita, descansar en la furgo, comer algo rico, y esperar la llamada de Ana y Rubén, que me estaban aguardando en su mansión furgonetera con un trocito de bizcocho casero y un vasito de leche fría. Jope. Así da gusto. No me sentía tan bien merendando desde que vivía con mis padres alla por el.. Bueno, mejor no digo el año, que se me cae el carnet de identidad.
Y después, un paseíto en grupeta para empaparnos del ambientazo: gente conocida, caras de emoción, una chatleta con Ines Astrain que seguro que hace tiempazo, y todos los que mañana se van a jugar el tipo en la carrera. Jope.
Qué guay. Qué guay.
Qué bonito es correr aquí.
Qué bien sienta llenarse de esta energía tan especial.
Mañana es el gran día… aunque, yo creo que para mí el gran día y el que quizá me lleve para el recuerdo haya sido hoy.
Zegamak molak ❤️

Deja un comentario